¿Hay seres inteligentes viviendo bajo tierra?
Se ha puesto de moda una teoría que asegura que la Tierra es
hueca, y que en su interior viven avanzadas civilizaciones de seres no humanos
muy inteligentes. Estos intraterrestres serían los verdaderos tripulantes de
los platillos voladores y tendrían sus ancestros en otros planetas. La
investigadora española Sol Ahimsa afirma que distintas razas humanoides habitan
en ese sub mundo desconocido para nosotros: reptilianos, veganos, pleyadianos,
etc., tienen sus hogares en la profundidad del planeta, lo que explicaría el
por qué no es fácil verlos. Esto sería también la respuesta al enigma de
extrañas apariciones de seres con aspecto de híbridos con los que se han
encontrado nuestros ancestros en episodios extraordinarios.
Los demonios de la selva tienen jefe
Las culturas
ancestrales de nuestro país no son ajenas a estas creencias; para los indígenas
del sur del estado de Veracruz, por ejemplo, en las grandes cavernas del
subsuelo vive ni más ni menos que Chane, misterioso y poderoso señor que habita
el inframundo como el Hades griego. Chane es un gran jerarca que tiene a su
cargo los hombrecillos llamados chaneques. Estos seres diminutos, la versión
nacional de los duendes y gnomos, son criaturas con aspecto de chiquillos traviesos,
y disfrutan mucho causando miedo y toda clase de contratiempos a los humanos
adultos; sin embargo muestran aprecio y respeto por los niños inocentes y los
animales de la selva, a los que tratan de proteger.
Chaneque, significa
en la lengua local “el que vive en lugares peligrosos”. En efecto, estos
siervos de Chane son difíciles de hallar, pues tienen su morada en lugares
inaccesibles. Entre sus actividades se cuenta la de acosar hasta el pánico a
los humanos de mala conducta. Si un humano que no les agrada viaja por la selva
o el bosque, los chaneques se encargarán de causarle contratiempos y
dificultades hasta conseguir que se extravíe. Si saben que una persona de mala
conducta se halla en despoblado, los chaneques lo atacarán en pandilla,
causando con ello el terror del sujeto, a causa de la apariencia demoníaca que
adoptan los duendecillos. Aunque el individuo se refugie en un auto, de nada le
servirá: los pequeños monstruos zarandearán la unidad y harán huir al humano.
Es posible que el hombre necesite la asistencia de una curandera para que lo
cure de espanto y le devuelva su alma, perdida a causa del miedo.
A veces los
chaneques, por pura travesura, apedrearán las casas de los aldeanos, les
causarán estropicios y los molestarán con ingeniosas bromas, que no tienen el
objeto de dañar a las personas, sino sólo de reírse un buen rato a costa de los
seres humanos.
Las personas
bondadosas, los niños inocentes y los animalitos silvestres, sin embargo, nada
tienen que temer de los chaneques, pues a ellos les agrada la gente buena y son
protectores de la fauna. Los chaneque entonces harán lo posible para ayudar a
esas personas y librarlas de los peligros.
La gente normal, ni tan buena ni tan mala, para evitar las
chanzas de los chaneques, suele dejarles obsequios de su agrado, ya sean dulces,
leche, aguardiente o cigarros. Se los depositan en lo profundo del bosque, al lado de los grandes
árboles o cerca de los lugares de difícil acceso donde los pequeños demonios
tienen sus moradas. O bien, pueden dejarlos a la entrada de las casas humana,
los chaneques que lleguen en son de guerra al lugar olvidarán sus malas
intenciones al ver los regalos, y muy contentos los consumirán, perdonando al
generoso humano.
Los chaneques no
son los únicos extraños servidores de Chane. Este señor tiene a su mando
también al burrito Lúputi y al gatito Shúnuti. Ni a Chane ni a sus siervos les
agradan las personas adúlteras, y como todo lo saben nadie está libre de sus
castigos. Un día, la mujer infiel tendrá que salir a despoblado, allí la
sorprenderá el gatito, éste se transformará en una enorme fiera y devorará sin
piedad a la pecadora.
No es mejor la suerte de los hombres adúlteros: a ellos se
les aparece el burrito Lúputi. Este animalito acometerá a lengüetazos al mal
marido y así es como dará cuenta de él. Quien piense que este castigo no es
severo, debería revisar con cuidado la dentadura de los burros, la fortaleza de
sus mandíbulas, que son tan fuertes que el hombre la pasará mal si el burrito
se decide a morderlo; y peor le irá si el animalito está en celo, ya es bien
conocida la generosidad con que la naturaleza dotó al asno.