A despecho de todos los esfuerzos de las feministas, aún
existen en nuestro siglo numerosas actividades y status a los que las mujeres
no tienen derecho, de acuerdo a las reglas y normas vigentes en nuestras civilizadas
sociedades.
No estamos hablando de mujeres que viven en países islámicos
conservadores, ni de mujeres de tribus africanas desconocidas. Aún hoy, en
nuestras sociedades supuestamente democráticas e incluyentes, las mujeres
carecen de algunos derechos que para los varones son incuestionables.
Veamos por ejemplo el
caso de los apellidos. Los apellidos denotan al padre de la persona, aún en
el caso del apellido materno, éste hace alusión al padre de nuestra madre, no a
nuestra abuela. Ya hay iniciativas que van progresando muy lentamente, en
virtud de las cuales las personas pueden optar por llevar primero el apellido
de la madre. Volvemos a los mismo, aún así, no se homenajea a la madre de
nuestra madre.
En las monarquías,
las mujeres no tienen derecho al trono si hay un varón vivo entre sus
hermanos. Y la cosa se pone mucho más oscura dentro de las religiones.
Prácticamente ninguna
religión o secta cristiana otorga a la mujer el derecho de ser sacerdotisa.
En la Iglesia católica la mujer no puede oficiar misa, ni consagrar la hostia,
ni ser monaguillo, sacristán o seminarista. Mucho menos obispo, cardenal o
paisa. Por mucho que persista la leyenda de la Papisa del medioevo, incluso el
acceso a sectores de la Ciudad del Vaticano está prohibido a las mujeres.
Siguiendo en nuestro celebrado hemisferio occidental, si
vamos a las comunidades indígenas, la situación es aún peor. Hay comunidades
que se rigen por usos y costumbres, donde las mujeres ni siquiera tienen permitido saludar a los varones o dirigirles la
palabra si no son de su familia. Y ni hablar de la cuestión conyugal. En
algunos lugares de las sierras de México, las niñas, sí, niñas, no tienen derecho a elegir marido. Sus
padres las entregan, sin consultarles, al hombre que puede dar algo a cambio
por ellas; y si la niña ya tiene 15 años cumplidos, la regalan, por vieja y
quedada.
Las mujeres pueden ser curanderas, brujas incluso, pero nunca hallaremos a un chamán mujer. Hay
chamanes que por requerimientos de sus ritos son bisexuales, pero no será
posible hallar un verdadero chamán mujer.
Volviendo al escabroso tema de las religiones abrahámicas,
éstas no conceden a la mujer el derecho
a ser salvadoras. Podrán ser intercesoras, pero salvadoras de la humanidad,
jamás.
Incluso, el arquetipo teísta nos impone un Dios varón, que
si bien no es oficial, está profundamente arraigado en la mente de los
creyentes. Nunca veremos que las religiones cristianas oren a una Diosa Madre,
creadora del cielo y de la tierra. La
mujer no tiene derecho a ser Diosa.
Los escritores y escritoras ocultistas conceden grandes
logros a las mujeres, pero siempre reservarán para el varón los más altos
grados. Incluso hasta hace unas décadas la Masonería no consideraba posible la
iniciación de las mujeres, y las destinaba simplemente al Rito de Adopción. Hoy
ya se les considera dignas de la iniciación, pero aun así, las reuniones de las mujeres suele celebrarse aparte.
Todo ello considerando nuestras sociedades occidentales, tan
modernas, racionales, liberadas, democráticas e incluyentes.
La situación se pone de verdad espeluznante en países con
otras formas de organización y cultura.
Parece una grotesca burla que la ONU haya declarado a Arabia
Saudita como un país notable en la defensa de los derechos humanos, cuando la
discriminación hacia la mujer en ese país es descomunal. Así es, en sociedades
islámicas ultra conservadoras, como la wahabí, las mujeres ni siquiera tienen derecho a salir de su casa sin cubrirse la cabeza y
el cuerpo con pesados velos y burkas. Ni hablar de opinar o ser políticas.
Por todo ello, el feminismo sigue siendo una opción para
muchas mujeres en el mundo. Pesar de las
desviaciones y excesos de algunas corrientes extremistas del feminismo, lo
cierto es que los reclamos de las feministas siguen vigentes. Incluso en
nuestros países existe aún una pavorosa discriminación y cosificación dirigida
hacia las mujeres.