Me gusta

Rocio art

lunes, 24 de abril de 2017

Aztecas: los invasores que llegaron del norte


Los mexicanos, especialmente si somos de la zona central del país, tenemos la tendencia a considerarnos descendientes de los aztecas. Por lo general nos enorgullecemos de nuestra ascendencia mexica, y denostamos a los españoles por conquistar brutalmente nuestro país. Además odiamos a la Malinche por traidora, y nos lamentamos por el saqueo que durante tres siglos los conquistadores hicieron de nuestros recursos naturales, sobre todo oro.
No obstante, estas percepciones no son del todo exactas. De hecho son mucho muy inexactas. Nuestra ascendencia es fuertemente prehispánica, es cierto, pero la genética mexica es escasa ya entre nuestro pueblo, en los casos en los que aún hay algo de dicha estirpe. En realidad predomina el tipo hispánico.
Es cierto que tenemos antepasados indígenas, pero es poco probable que sean mexicas. El pueblo mexica fue casi totalmente exterminado durante las guerras de conquista. Y el romanticismo con el que se recuerda a esta nación tampoco corresponde a la realidad.
El pueblo azteca fue también una raza de conquistadores que, al igual que los españoles, llegaron a Mesoamérica desde lejanas tierras. El origen de los aztecas se remonta a lo que hoy es el estado de Utah.
Los aztecas eran un conglomerado de tribus chichimecas. En sus leyendas fundacionales se contaba aquélla que señalaba como su origen la mítica tierra de Aztlán, de ahí el nombre de aztecas. De acuerdo a las leyendas aztecas, Huitzilipochtli, dios de la guerra y del sol, les ordenó salir de su comarca natal y emprender un largo viaje al sur. Durante unos 260 años emigraron entre desiertos, bosques y estepas. Enfrentaron toda clase de peligros y sobrevivieron al convertirse en una nación feroz y belicosa que subyugaba a los lugareños mediante la guerra y el terror.

Finalmente se asentaron en lo que hoy es el Valle de México, pues a decir de sus sacerdotes ese era el punto elegido por Huitzilipochtli, Colibrí Zurdo. La conquista azteca de la zona, y su posterior expansión hacia el este y el sur se distinguieron por su brutalidad y violencia. Divididos entre mexicas, tlatelolcas y tenochcas, según vivieran en Meshico (esa es la pronunciación original y correcta de México), Tenochtitlan o Tlatelolco, los aztecas compitieron entre sí por la supremacía, hasta que se coaligaron para someter a las naciones no aztecas. Gracias a las estrategias de sus comandantes, la mano férrea de Tlacaélel –asesor de los huey tlatoanis- y su ferocidad, los aztecas dominaron a muchos de sus vecinos. Sin embargo, la crueldad que los caracterizaba y las guerras floridas -mediante las cuales se proveían de prisioneros destinados al sacrificio- los hicieron odiosos a sus vasallos.
De ahí que la conducta de Malintzin, o doña Marina como le llamaron los españoles, nunca fue la de una traidora, sino la de una mujer miembro de una tribu sojuzgada por conquistadores
 extranjeros: los aztecas. La ayuda de la Malinche, así como la de los guerreros tlaxcaltecas, fue de capital importancia para que los españoles lograsen la conquista de lo que hoy es México.
De la unión entre Hernán Cortés y la Malinche nació Martín Cortés, uno de los primeros mestizos; por ello doña Marina es en realidad una de las madres de la nación mexicana mestiza, y no el prototipo del mal llamado malinchismo.
Las mujeres de esa época preferían tomar maridos españoles, no por desprecio a la propia raza, sino por elemental estrategia de supervivencia: sus hijos, al ser mestizos, no serían esclavos, y por lo tanto tendrían esperanza de tener una vida más larga que los indígenas.

Los aztecas, invasores llegados del norte, fueron sustituidos por los españoles, invasores que vinieron desde oriente. Una dominación menos sanguinaria, pero más duradera y opresiva se asentó en el Anáhuac por espacio de tres siglos, y dio origen a una serie de nuevas naciones, ligadas por un idioma común: el español.