Parece obvio que el
Presidente Enrique Peña no es uno de los más populares que ha tenido México.
Sus opositores le atribuyen la casi totalidad de los males de la nación, y
están convencidos de que su gestión ha sido una de las más nefastas en la
historia.
Sin embargo, hay en
nuestra historia otro Presidente del mismo apellido, que vivió momentos más aciagos,
relacionados con el poderoso vecino del norte.
Se trata de Manuel de la Peña y Peña, quien
en su calidad de Presidente de la Suprema Corte de Justicia asumió el 27 de
septiembre de 1847 la titularidad del Poder Ejecutivo en ausencia de Antonio
López de Santa Anna.
De la Peña y Peña
no tenía muchas opciones. Era acceder a las exigencias territoriales de los
Estados Unidos, sumir a las dos naciones en una sangrienta guerra de duración
impredecible, o consentir en la total desaparición de México. Entre tan atroz
menú, el Presidente tomó una decisión, que a la postre resultó la mejor para
los Estados Unidos, aunque no estamos muy seguros de que haya sido la mejor
para México.
Ante Trist,
representante del Presidente estadunidense James K. Polk, los comisionados
mexicanos para la paz, Bernardo Couto, Luis G. Cuevas y Miguel de Atristáin,
firman el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Lo hicieron sobre el altar mayor de lo
que más tarde se convirtió en la Basílica de Guadalupe, en la Villa de
Guadalupe Hidalgo, hoy parte de la Ciudad de México.
De este modo, el
dos de febrero pasa a ser una de las fechas más importantes en la historia de
los Estados Unidos y la peor en la historia de México. Estados Unidos obtuvo
así el 55% del territorio mexicano, apenas poblado por unas 90 000 personas de
habla española, y extremadamente rico en recursos naturales.
Gracias a este
tratado México renuncia a sus pretensiones de recuperar Texas, y surgen nuevos
estados dentro de la unión americana: California, Utah, Nuevo México, Arizona,
Colorado, Nevada y Oklahoma. Incluso Kansas y Wyoming han recibido partes del
antiguo territorio mexicano.
Se trató no de
una venta, sino de una concesión forzosa que México hizo para conservar su
existencia. De la Peña y Peña y su gobierno debieron conformarse con que la
nueva frontera fuera delimitada por los ríos Gila y Grande, al sur de los
cuales vivían alrededor de ocho millones de personas, prácticamente el 99% de
la población de México antes de la guerra. Nuestro país conserva así la casi
totalidad de su población, pero perdiendo más de la mitad del territorio. Los
descendientes de estos mexicanos, cuando han emigrado al norte, han llegado
como extranjeros a una tierra que habría sido su país de no haberse presentado
la guerra de 1846.
Muy económico
salió este negocio al Presidente estadounidense James K. Polk, ya que en virtud
del Tratado de Guadalupe Hidalgo, Estados Unidos pagaría sólo 15 millones de
dólares a México, no como una transacción de compra venta, sino como
compensación por los estropicios causados por la invasión yanqui en la parte
sur de México. Una ganga, considerando que antes de la guerra Estados Unidos
ofreció a México comprarle esos territorios por un total de 45 millones de
dólares.
Averigua más en: http://www.historiacultural.com/2014/10/tratado-de-guadalupe-hidalgo.html
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